martes, 5 de agosto de 2014

Historia de Benidorm en los siglos XIX y XX según Vicente Llorca: 10 Un día en la vida de Benidorm.




Veamos cómo era la vida y costumbres locales a lo largo de una jornada. 

De buena mañana sonaban las campanas de la Iglesia, tocando el Angelus. Si había ocurrido durante la noche algún fallecimiento, el toque de campanas lo anunciaba, por lo que los primeros vecinos que se asomasen a las puertas de sus casas, iban transmitiendo la noticia, o bien averiguando quien era el infeliz protagonista de la misma. Luego, aparecían por la calle las componentes de la "vieja guardia evangélica” que se encaminaban hacía la misa primera, cruzándose al paso, con las mujeres que barrían las aceras fronterizas de sus casas, rociando el suelo con agua, a continuación. Es necesario insistir en la bondad de este aspecto, toda vez que las gentes de aquellos tiempos, salvando la enorme distancia ocasionada por los avances técnicos y de confort de la civilización presente, era mucho más propensa a la higiene que los moradores actuales. 

En esas primeras horas de la mañana, los labradores marchaban a sus trabajos y los marineros desembarcaban de las tarrafas las sardinas pescadas, si habían salido a la mar. Mientras tanto, estaban ya preparados en la "Boca del Calvari" los coches de caballos de Miquel Rosera y el de Pepe Cama, para trasladar a los viajeros a la estación de La Marina y poder viajar a Alicante, cuando el tren llegaba con puntualidad, cosa rara, ya que las máquinas alimentadas con leña habitualmente, apenas tenían fuerza para arrastrar el convoy. 


Locomotora a vapor nº 5 de ESA (Ferrocarriles Estratégicos y Secundarios de Alicante). Este ferrocarril de vía estrecha es conocido popularmente como el Ferrocarril de la Marina o "el Trenet".  

Había ciertas personas que viajaban todos los dias laborables, eran los "ordinarios", recordando con cariño al primero que inició este servicio, el viejo Visent, una de las personas más amables y serviciales que había en el pueblo. Con el paso del tiempo, los coches de caballos fueron sustituidos por los vehículos a motor. Vieja estampa de este medio de locomoción lo constituía el denominado "Hospedage Rosera", digno de haber figurado en un Museo del Automóvil.


Tartana de Micalet para el transporte de personas. También llevaba viajeros a la estación del Ferrocarril de la Marina.

Normalizada la vida diaria, la gente acudía a la plaza o mercado sito en la Plaza de la Constitución, así como a la pescadería cercana, ampliándose este servicio, los miércoles y domingos, días en los que aumentaba el número de proveedores bajados de Callosa, Finestrat y Polop, destacándose la jornada del sábado en la que María la Cuerda, trasladábase desde La Nucia para ofrecer al público "refinado" las excelentes "botífarres i blanquets" que constituían una delicia para el paladar. 


Mercadillo en la Plaza de la Constitución, junto al Hostal actualmente desaparecido.

La mayoría de la gente se proveía de artículos de primera necesidad en diversos establecimientos, pero especialmente en el de Pepe Roig y en el de Francés. Estas dos tiendas constituían un modelo curioso y altruista de crédito al consumo, pues la lista de personas a las que se les facilitaba productos sin abonar, a la espera de hacerlo cuando sus maridos o familiares regresasen de las almadrabas, era enorme, y con la particularidad de que una vez satisfecha la cuenta, volvían a las andadas hasta la otra temporada. 

El comercio de Pepe Roig, dirigido prácticamente por su sobrino Emilio Ruzafa, a partir de las once de la mañana se transformaba en un cenáculo o lugar de reunión de los distinguidos "prebostes" de la localidad, quienes con anterioridad ya habían dialogado largamente en la famosa Farmacia de Vives, propiedad entonces de Manolo Lanuza y de su colaborador Jaime Lloret, popular y justamente conocido por Jaume el de la Farmacia, alma de aquella rebotica. Manolo Lanuza, gran republicano, hombre serio y a la vez de un humor exquisito, era persona de hablar reposado y fina ironía, reuniendo en la tertulia a gente de cultura, pues hay que hacer constar que en el Benidorm de esa época, este aspecto era muy superior, en términos generales, al de otras etapas de su vida.

Al hablar de tertulias, debemos reseñar la existencia de diversos lugares de reunión de la gente. En la Plaza del Torreón se hallaba el Casino, que en épocas anteriores se denominó de Viejos y Chiflados, instalado primeramente en la planta baja de un edificio propiedad de Don José Roig, trasladándose a finales de los veinte a la casa contigua. Sitio preferido por la burguesía local, estaba constituido por socios, quienes disponían de salas de juego y de reuniones, así como de una dependencia destinada a la lectura de la prensa, tanto nacional como provincial. Recuerdo a cierto personaje, muy conocido, quien cada día, al acercarse la hora de cierre del Casino, recogía toda la prensa y la trasladaba a su casa con lo que por el módico precio de cinco pesetas, cuota mensual de los socios, llegó a reunir una abundante hemeroteca. 
También el Casino disponía de una gran terraza frente al mar, en donde durante los atardeceres del verano podía contemplarse la figura del notarlo Don Lamberto, refrescando el "protocolo" con abundantes dosis de cerveza, luego de haberse sumergido en el mar, con aquel traje mezcla de presidiario y de pierrot que hacia las delicias de los humanos que lo contemplaban. 
Este Casino hacia los años treinta, fue invadido por una turbamulta de jóvenes iconoclastas que fueron arrinconando a los veteranos, excepto al depredador de la prensa, ayudados en la tarea por un conserje descarado y pintoresco, a quien cariñosamente se le conocía por “Quico Lígida" ya que en su deliciosa y barroca prosodia, alternaba la "q" con la “g”. 
Decaído el Casino, desaparecieron las verbenas y bailes populares que organizaba en el Torreón, siendo uno de los últimos episodios de estas simpáticas verbenas el contundente soplamocos que proyectó en el rostro de Juanito el Fígaro, Felipe Llorca (a) Fleta, por insistir el primero con aire chulesco y bravucón, en que Felipe siguiese tocando el organillo, acción que la ejercía por buena voluntad y sin obligación alguna.

Otro lugar muy conocido y frecuentado por gente de toda condición era el Casino de Ronda. Sito en la carretera y frente al puerto, se hallaba siempre muy concurrido, sobre todo luego del mediodía, teniendo instaladas numerosas mesas en las que se jugaba al dominó y una sala de billar al fondo. De aspecto muy popular, su propietario el viejo Ronda, hombre muy emprendedor, imprimía su carácter serio y amable a la vez, no permitiendo alteración alguna en la marcha del establecimiento. Característica de esta Casino era ser el lugar que cerraba más tarde y por consiguiente, cobijo de algunos amantes de la noche. 



Casino Ronda que antes de estar dedicado a esta actividad había sido vivienda particular

Junto a él, había otro Casinito o lugar de reunión de los pescadores ociosos, llamado el de la "Tía Pasteca". De aspecto modesto, ocupaba una pequeña habitación sita en la planta alta del edificio, con unas mesas y sillas rudimentarias, junto a las cuales se hallaba otra mesita conteniendo unas botellas de anís escarchado y pastelitos de boniato. Al llegar las doce del mediodía, hora en la que los contertulios se retiraban a descansar del enojoso "stress" del juego, siempre se desarrollaba la misma escena: A preguntas de la dueña que pretendía efectuar la liquidación del juego y del habitual y contumaz consumo, se le replicaba lo mismo por los obstinados contertulios: "Set que li guanye a Jono, sis que m’enganya Mamen, deu qu'en menje u que pague, en pau". Con lo que la economía de la Tía Pasteca llegó a resquebrajarse de tal forma que el resultado lógico fue la desaparición del local.

Las doce del mediodía era la hora habitual de la comida, de la que el plato habitual o preferido, único en ciertos casos, era el arroz. Lo que ignoro es si esta hora procede de la tradición marinera del pueblo, o bien era costumbre de todo el país. Antes del mediodía y adosados a las paredes de las casas colindante a los mencionados Casinos, podía contemplarse la presencia de numerosos marineros o pescadores, quienes en cuclillas, absorbían el paso del tiempo o quizás la fugacidad de la vida, virtud muy importante con la que saciar la necesidad física de alimentarse, ya que la realidad para algunos, era adversa.


Calle de Tomás Ortuño hacia 1950, con un aspecto muy similar al que describe Vicente Llorca.
Transcurrida parte de la tarde, se podía averiguar la hora, con solo observar las chimeneas de las casas, pues era costumbre muy arraigada y popular, tomar el café de las cuatro o las cinco, afición que satisfacía a todo el mundo y que denotaba un exquisito refinamiento en los gustos locales, llevando esta virtud o placer a conocer y en algunos casos a exigir la clase de café que se deseaba tomar, Moka, Sao Paulo, o Caracolillo. No cabe dudar de la influencia que tuvieron los países hispano-americanos en esta deliciosa costumbre transmitida por la gente de mar que viajaba hacia aquellos lugares, siendo una muestra de este refinamiento el café llamado de "marmitó”, con el que se designaba al que cocinaba este personaje luego de habérselo servido al capitán del barco.

Al mediar la tarde, la gente volvía a sus tertulias, iniciándose el paseo tradicional a lo largo de la calle de la carretera o bien, de la Alameda, pudiéndose entonces oír el teclear de los pianos adquiridos por la gente pudiente para sus hijas, que o bien albergaban clara afición musical, o ya constituían, para ellas, signos de bienestar social. 


Fotografía de la década de 1960 del  actual Paseo de la Carretera, denominado anteriormente, de más reciente a antiguo: calle de José Antonio, calle Marqués de Comillas y calle del Mar.

Contrapunto a esta agradable faceta musical, origen de sensaciones placenteras, a esta misma hora se oían los feroces gritos que lanzaban los habitantes de la barriada del Campo a sus hijos que jugaban en las barcas ancladas en el puerto, para que regresasen a sus casas.

En esos momentos de la tarde tenían lugar cierto tipo de reuniones a las que afluía gente abigarrada y pintoresca, que en determinados casos respondía a lo que se conocía como "gent de cuberta" o “gent de tró". De una de estas tertulias tuve veraz y fiel conocimiento, a través de la formidable narración que hacía de ella Pepe Candelaria, testigo directo de la misma. Se trataba de la auspiciada por un personaje esperpéntico, Doña Antonia la Torrenta, viuda del boticario Fuster, más conocido por Cabet y descubridor de un conocido depurativo que llevaba su nombre. En la rebotica de Doña Antonia se planteaban discusiones sobre los asuntos más escabrosos y disparatados relacionados con la gente del pueblo, comentarios que muchas veces rebotaban en la barbería de Pascual, sita enfrente, lo que motivaba que el barbero con su ingenio diabólico, hiciese sarcasmos de los dichos y andanzas de Doña Antonia, iniciándose una lucha, no muy dialéctica, salpicando a las casas vecinas, entre ellas, la de la Posada de enfrente.

Transcurridas las ocho de la tarde, la gente comenzaba a recluirse en sus casas, pues había llegado la hora de cenar. Poca gente acudía a los Casinos y solamente la noche veía alterada su tranquilidad, por la presencia de algún fantasma, quien tratando de ocultar sus andanzas, caía en el polo opuesto, ya que era sobradamente conocido por todos, a excepción de la persona a la que intentaba declarar su amor, que ni se enteraba. 
También existían ciertos personajes noctívagos, entre ellos, Pepe el "Llechó”, artífice de la mejor horchata y "llengüetes" que ha habido y que jamás será superada. Este hombre gustaba deambular por la noche, entablando charla y coloquio con el primero que topase. Rara cosa era ello, pues las únicas personas que circulaban con más frecuencia, eran Borrasca o el Blanco, quienes con apresuramiento comunicaban a los pescadores, bien a grandes voces, ya con una matraca, la obligación de levantarse para ir a las tarrafas. 
Otros de los escasos viandantes de la noche eran la pareja formada por Lloret y el Guapo, pero la finalidad de estos consistía en observar qué ventanas o puertas permanecían entreabiertas por si alguna mujer, confiada en la tranquilidad u oscuridad de la noche, se despojaba de sus prendas habituales. Contrariados en su apasionada búsqueda, apedreaban estas ventanas, como si fuera este apedreamiento, el vehículo de su erotismo fracasado.

Una variante de la jornada normal la ofrecían los domingos y la temporada veraniega. En las mañanas domingueras solían acudir a la Boca del Calvari, con sus trajes o blusas negros, algunos con los sombreros atornillados a las cabezas, usando la mayoría alpargatas con cintas negras, los hombres llanos del pueblo, engrosado el grupo con gente procedente, unos de las huertas y otros del Alfàs de Baix, con el fin de charlar, pagar rentas, discutir sobre tasaciones de algún bancal o bien sobre los más diversos asuntos. La voz fuerte y bronca del tío Quico Bertomeu se alzaba sobre las de los demás, sobre todo cuando se suscitaba un problema derivado de una tasación o sobre el riego de Polop, disgregándose todos al mediodía para regresar a sus casas. 

Las muchachas casaderas y otras que habían pasado ya la raya pero que abrigaban esperanzas, solían acudir a la misa de once, vestidas con sus mejores atuendos y oliendo a aquella ronquina que habían traído sus familiares de los viajes a La Habana, esparciéndose por la Iglesia y atisbando con el rabillo del ojo si algún galán las observaba. Estos galanes siempre se detenían en los altares laterales, sus miradas iban inquietas de un lado hacia otro y al finalizar la misa, salían precipitadamente para esperar a sus predilectas y acompañarlas al acostumbrado paseo por la Alameda y llegado el caso, invitarlas a un vermut, bebida entonces muy de moda, ya en el Bar del Currillo, recién abierto en la Plaza de la Constitución, frente al Hostal, o ya en el de La Marina.


En las casas de la gente pudiente y también en las que no lo eran tanto, se acostumbraba a comer las “pilotes del puchero”, costumbre que desconozco si perdura todavía.

A primeras horas de la tarde la gente, muy endomingada, paseaba camino de la estación del ferrocarril, costumbre común con el resto de los pueblos españoles que disponía de ella, pero con una diferencia de matiz importante: en los pueblos meseteños, la contemplación de los trenes que pasaban constituía un estímulo a la imaginación en busca de horizontes amplios, mientras que en nuestro pueblo el hecho no trascendía de sus simple significado, un paseo. 
En la cuesta antes de llegar a la estación, alguna vez se podían observar hechos muy curiosos, tal como un atisbo de invento pintoresco ideado por Peret les Vinetes, quien en colaboración con un compadre que vivía allí cerca, llamado Jaume, músico, vegetariano y vendedor de publicaciones, esbozaron el proyecto de la bicicleta con toldo que terminó con un fracaso tremendo, amén del magullamiento de los esforzados inventores.


 Estación del Ferrocarril de la Marina en Benidorm hacia 1930
Vuelta la gente al pueblo, asistían las devotas a algún acto religioso y las no tanto, devoción que se trocaba en curiosidad cuando llegada la festividad del Jueves Santo, se tenía noticia de que por indisposición del Cura Párroco, Don Juan N. Segarra, ocupaba la Cátedra Sagrada el "Pare Roc", quien para dar realce a aquel acto religioso en el día más significado del año, intentaba pronunciar una oración altisonante, recurriendo a párrafos como aquel que recuerdo muy bien y que rezaba así: "Por qué los grandes inventos modernos, la pólvora, el cañón y la dinamita son la causa de los males de la sociedad", acompañando sus palabras de un movimiento poderoso de sus brazos para mayor eficacia en el caletre de los fieles, impulsando a la vez, la campanilla y palmatoria que se hallaban en el púlpito hacía los feligreses, descalabrando la cabeza de alguna devota. 

Al salir de la Iglesia proseguía el cotidiano paseo; o bien se enzarzaban en algún juego, pues era de tradición la existencia en nuestro pueblo de excelentes jugadoras, algunas de las cuales practicaban ingeniosas trampas.

Al llegar la noche, se acudía al Cine Ronda que también se utilizaba como teatro, en algunas ocasiones. Hay que destacar la importancia que tuvo este local en la distracción de nuestros paisanos. Además de su planta baja, existían unos palcos corridos hechos de madera y adosados a las paredes, mientras que en la parte central, frente al "gallinero" se hallaba la zona de respeto reservada a las autoridades, cuando iban. El piso de madera de los palcos ofrecía, de vez en cuando, unos agujeros respetables, a través de los cuales algún osado irrespetuoso, introducía una caña con la que solía molestar a los pacíficos espectadores que ocupaban aquellos sitios. 
De las películas de mis años mozos en la década de los veinte, recuerdo una que nos hacía llorar intensamente a la mayoría, cuyo título, si mal no recuerdo, era "Las dos niñas de París". Otras eran seguidas con entusiasmo por el público joven, como "Las aventuras de Tom Mix", cuyos momentos álgidos eran acompañados por los fuertes compases de un trío formado por un piano, una trompeta y otro instrumento más, y que para las grandes escenas, sea cual fuera la película, acompañaban la acción con los sonoros compases de “Cavallería Rusticana”. 
De vez en cuando, otros belicosos y agresivos muchachos lanzaban castañas, dátiles y otros molestos proyectiles sobre los sufridos músicos, motivando la interrupción de la proyección con el fin de descubrir a aquellos ineducados personajes. 
Las cintas más frecuentes las constituían los cortos de Charlot, Harold Lloyd, Buster Keaton e incluso alguna de Max Lindar, que hoy día significan piezas de archivo inencontrables y que para nosotros eran películas esperadas con una ansiedad total. 

También recuerdo algunas piezas teatrales que se representaron entonces, como "La Escaleta del dimoni” de Eduard Escalante, e incluso alguna zarzuela, como "La Dolorosa” de Serrano, obra en la que intervienen algunos frailes y dado que la compañía no disponía más que de dos personas para estos menesteres, venían forzados a una carrera velocísima por detrás de las bambalinas, apareciendo luego en el escenario a paso lento y así daban la impresión de ser muchos los frailes. Según me dijeron, habían actuado en el Cine-Teatro Ronda, con anterioridad a mis recuerdos, compañías de actores célebres, como la que vino a visitar Don Torcuato Lcau de Tena y que ya he mencionado.
Diversiones de carácter menor, pero muy populares eran les "proves”, piezas ingenuas y chocarreras que atraían mucho público. La más conocida de estas, era la que representaban el "Tío Pulpo", la "Señó Mercedes" y el "Niño Julio", actuando la mayoría de las veces en el Hostal de la Carretera.

Durante el verano cambiaban los lugares de reunión. La mayoría de la gente joven se bañaba durante la mañana, especialmente los hombres, utilizando en la Playa de Levante los servicios que ofrecían tres casetas propiedad de Pepe López y otras tres, más, descuidadas, propiedad de Visent el Currillo. Solamente alteraban la norma habitual de predominio del elemento masculino, la presencia de alguna dama veraneante, a la que se atrevía a unirse un pequeño núcleo de gente de la localidad. 
La noche era el momento escogido por las mujeres para zambullirse en la Playa de Poniente, frente al Puerto, al amparo de las barcas y revestidas de enaguas, chambras y otras ampulosas vestimentas, las que supongo no proporcionarían un baño placentero. 

Había una costumbre muy particular; en la noche de San Cristofol, a comienzos de Julio, bajaban muchas mujeres a las playas, lanzaban una piedra al agua, y rezaban oraciones con la finalidad, creo, de que no hubiera ningún ahogado o desgracia en el mar.

Luego de comer y para evitar la posible insolación en la gente menuda, las madres amenazaban a sus pequeños con la presencia de "malhora", mito que resultaba eficaz. Este personaje desaparecía, cuando algunos aguadores, entre ellos como más conocido "el ti Ballaor", pasaban con sus carritos anunciando el agua limón, el agua cebada u horchata, al módico precio de cinco céntimos el vaso. 

Plaça del Torrejó o Plaza del Torreón antes del estallido de la Guerra Civil, probablemente  en 1934 o 1935.
Al recaer la tarde y muy especialmente los domingos, la gente acudía al Torreón, arriesgándose a atravesar les ''Paretetes", muro natural formado a base de chumberas y otras especies de cactus, para llegar al bar o "merendero" que había instalado junto a la Playa de Levante, Pepe López, el cual junto a las personas  que se decidieron a construir las primeras casas, llamadas pomposamente “chalets”, fueron los verdaderos pioneros de lo que sería en el futuro el paseo de la playa, forzando a que desapareciera de allí el antiguo matadero.

Durante la noche, la gente se reunía en las puertas de sus casas formando tertulias, siendo norma habitual y casi forzada saludar a los transeúntes con el clásico “buenas noches”, a las que cierta dama “latiniparla” solía responder con la siguiente frase: “Homogéneas las tengan ustedes”.

Como ya he mencionado antes, solían celebrarse en el Torreón algunas verbenas que si en un comienzo eran amenizadas por un organillo, más tarde los fueron por una banda de música y dado la prohibición de partidos políticos en la etapa del General Primo de Rivera, los oponentes a esta banda, más por razones personales que por estímulos musicales, crearon otra con el fin de promover la necesaria rivalidad y oposición, situación que también se suscitó en el terreno deportivo, ya que al primer equipo de fútbol denominado "El Canfali", le salió un competidor con el "Benidormense". 
La hostilidad entre estos grupos era constante y algunas veces surgían apreciaciones ingeniosas, quedándome muy grabada la que profirió Jaume Lloret al ver pasar la Banda de Música contraria y exclamar con voz muy acusada: "Míralo, pareix un mono amarrat a la soca d'un garrofer'', descripción gráfica muy acertada del personaje al que aludía.




Todo la que antecede no constituye más que una serie muy incompleta de recuerdos sobre lo que era el carácter y costumbres del Benidorm del primer tercio del presente siglo. Es evidente que la personalidad que tuvo alcanzó caracteres muy acusados y que han ido desapareciendo en los años presentes debido a razones que todos conocemos y que demuestra que donde la gente no posee una tradición clara y definida que va labrando la personalidad de los pueblos, podrá haber masas de personas, pero nunca una colectividad orgánica con una cultura popular. 
Estas afirmaciones quizás puedan molestar a algunos, pero son ciertas y mi esperanza es que las escasas personas que aún poseen esa tradición cultural, labren para que persista en el futuro. A ellas van dedicadas estas palabras.

Benidorm, Febrero de 1988

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