IMÁGENES EN BLANCO Y NEGRO. “LOS RODRÍGUEZ”, UNA APORTACIÓN
DEL TURISMO
Roc Gregori Aznar
Tal como indicaba en la entrada del 2 de
febrero, Roc Gregori fue durante mucho tiempo director del Servei Municipal de
Turisme y luego ocupaó otros de mayor responsabilidad: Subsecretario de Turismo
y Secretario Autonómico. Es por tanto una voz muy autorizada para hablar del
pasado y el presente del turismo.
Vuelvo a incluir otro escrito suyo de la serie “Imágenes
en blanco y negro” en la que rememora el turismo de tiempos pretéritos. También
fu publicado en el diario Información de Alicante el 29 de agosto de 2010.
En él rememora otro aspecto curioso los
primeros momentos del sector turístico, en una época en la que aún no había
turistas sino veraneantes…
El turismo, esa nueva actividad que con tanta fuerza ha irrumpido
en nuestras vidas, las ha condicionado en todos los aspectos. Ha habido que dar
cabida a las exigencias y circunstancias que su práctica impone, de manera que
hoy nadie (o casi nadie) escapa a la obligación de prever, durante todo el año,
una serie de cuestiones necesarias para practicarlo.
Podríamos empezar por los aspectos presupuestarios puesto que
hay que provisionar unas cantidades –ahorros, se les llama- para, llegado el
momento elegido o el que nos permiten las circunstancias, poder sufragar su
coste. Aunque hoy más bien habría que hablar de varios momentos, dado el fraccionamiento
que se ha impuesto y que nos lleva a dividir las vacaciones, que no han
aumentado, en varios períodos más cortos repartidos a lo largo del año. Qué
decir de la logística: prever los traslados, alojamientos, actividades
complementarias, vestuario, intendencia, etc.
Lo dicho, el turismo es un tema de innegable presencia en
nuestras vidas y se ha convertido en una materia cotidiana, vamos.
Pero no para ahí la cosa, nuestro vocabulario también ha
sido condicionado por esta actividad y hemos incorporado vocablos y frases que
tienen una procedencia turística, aunque para ser más precisos habría que
puntualizar que se derivan de idiomas foráneos, sobre todo del inglés y algo
del francés, que son las lenguas que imperan en este sector (y en todos los
demás). Podríamos decir que el turismo ha modificado nuestra manera de
expresarnos y ya nadie se ruboriza por utilizar en su conversación habitual: “booking”,
“overbooking”, “planning”, “weekend”, “touroperator”, “travel”, “tours”… y para
qué seguir si el propio vocablo “turismo” también nos ha llegado de fuera. Esto
referido solo al habla de los más legos, no digamos lo que ocurre entre los
profesionales del sector, porque estos ya no practican un simple argot
sectorial, lo que hacen (casi) es relacionarse descaradamente en inglés en su
trabajo.
Pero no siempre fue así. En el principio del turismo, es
decir cuando su práctica empezó a estar al alcance de las clases populares, que
para mí es cuando se inicia el turismo que ahora conocemos, solíamos usar otra
terminología alrededor de esta actividad inventada desde dentro, por ejemplo:
“veranear” y consecuentemente sus derivados “veraneante” y “veraneo”, hoy casi
en completo desuso. Ahora bien, el auténtico producto del turismo nacional es
la del “rodríguez”.
No. No se trata de un apellido. Se trata de un estado. No se
puede decir “soy un rodríguez”, sino “estoy de rodríguez”. Sé que para muchos
la descripción de esta situación -“estar de rodríguez”- no les va a significar
novedad alguna, pero siempre les resultará agradable rememorar cosas del pasado,
así que espero que si me leen disfruten con el recuerdo; mas, como el tiempo
pasa que es un primor, quizá para los más jóvenes les aporte el descubrimiento
de una situación que fue corriente en el pasado y que en la actualidad ya no se
practica –espero-, o por lo menos si se practica no creo que se la denomine de
la misma manera. Así que lo voy a explicar.
Allá por aquellos años 50, cuando empezó a imponerse el
veraneo, la cosa consistía en que se venía a pasar el verano a la costa. Sí,
todo el verano, un par de meses, o quizás tres. La familia al completo se
desplazaba desde sus lugares de residencia (vamos, Madrid, para entendernos) a
bordo de los atiborrados –y heroicos-
SEAT seiscientos hasta nuestras frescas costas (vamos, Benidorm, también
para entendernos). Los cabezas de familia eran profesionales liberales,
comerciantes, funcionarios y demás componentes de la llamada e incipiente clase
media, por lo que en su mayoría solo disponían de un mes de vacaciones. Como el
resto de componentes de la familia (cónyuges e hijos) podían disponer de un más
amplio período vacacional y no querían perderse su veraneo completo, ¿qué
ocurría?, pues que el cabeza de familia (o sea, el padre) regresaba a “currar” al
puesto de trabajo mientras que el resto permanecía disfrutando de la playa, del
fresco y de las sesiones del cine de verano. ¿Me siguen? ¿Qué espécimen
pululaba abundantemente durante ese tiempo por Madrid? Pues un sinfín de padres
solos y sacrificados ocupándose de ganar la necesaria “pela”. Estos, eran los
tan traídos y llevados “rodríguez”.
¿Cómo fue que adoptaran este reconocido y frecuente apellido
(Rodríguez) como identificación de esta nueva especie? Les contaré lo que
algunas malas lenguas difundieron en aquellos días.
Dicen que algunos de los maridos solitarios y sacrificados
que permanecían en Madrid –muy pocos, eh-, no solo se dedicaban al duro trabajo
de cada día y parece ser que aliviaban su estresada situación –los pobres-
dando una vueltecita de vez en cuando para ayudarse a soportar las largas y
calurosas noches mesetarias de la gran ciudad (que todos sabemos lo que
costaban de pasar sin aire acondicionado. Ni a mi peor enemigo se lo deseo). En
estas horas de sano relax, es posible que se establecieran nuevas relaciones humanas
mientras se degustaban unas copitas (o una mariscada, que de todo había) cuyo
carácter era puramente circunstancial y momentáneo, vamos, sin deseos de
continuidad y permanencia. Si te he visto no me acuerdo, ya me entienden. Incluso,
a veces, dicen que algunos de estos nuevos conocimientos podían establecerse
con mujeres. Bueno, por hache o por be, parece que no había un interés en dejar
huellas identificativas en la relación, y no digamos lo que podía significar
dar tu auténtico nombre como referencia. Así, a la pregunta “¿cómo te llamas?”,
había que dar una respuesta creíble y no comprometedora y ya está: “Rodríguez.
Me llamo Rodríguez”.
Esta fue, sin duda, una situación que floreció de la mano
del turismo de aquellos tiempos, quizás ya existía con anterioridad y puede que
exista también en nuestros días, pero con otro nombre. Así que yo creo que
debemos reivindicar su autoría para la actividad turística ya que a su amparo
recibió un extraordinario impulso. No andamos tan sobrados en el sector como para
despreciar un vocablo auténticamente casero. Además que si se inventara ahora
seguro que basaría su etimología en el inglés y ese idioma ya tiene excesivo
recorrido. Me pido “rodríguez” para el español. Hala.
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